domingo, 5 de junio de 2011

El muro

Del escritor principal de la web y Whisky Hotel, nos llega este relato profundo intrigante y reflexivo. Una impresionante narracion, la cual nos anima a replantearnos asuntos basicos de nuestra vida.

Son las ocho de la tarde y, como cualquier otro día, empieza a oscurecer y el cielo toma esa tonalidad entre turquesa y negro. Voy con mi gabardina roída y mi hatillo por las calles estrechas buscando un sitio acogedor en el que regocijarme entre dos paredes solo, abandonado, como siempre.

Cruzo las distintas calles y avenidas junto a los escaparates apartado, sin que la gente quiera saber nada de mí, ofreciéndome tan solo lo que veo tras los cristales. Llego a un callejón entre una panadería y una tintorería del cual sale un gato negro. El gato se aleja de mí a medida que me adentro en ese oscuro pasillo solo y frío, pero sin miedo. Ya no le tengo miedo a nada ni a nadie; no tengo dinero, comida, ni nombre; los demás tan solo me ignoran y se refieren a mí como el vagabundo. No puedo perder nada, ni ganarlo tampoco. Entro en el callejón y me topo al comienzo con unos escombros tapados con varias bolsas de basura. Las evito, pero me encuentro más delante en el callejón.

Llego a un cruce con otras tres callejuelas, cada una más oscura y deteriorada a la anterior. Alzo la vista y veo un coche alargado y viejo en mitad de una de ellas, bloqueándola. Empiezan a sonar truenos de las oscuras nubes en el cielo. Me acerco al bólido ochentero y me asomo a las ventanillas. Nada. Vacío. Toco en los cristales para cerciorarme de que sigue algo o alguien dentro. Para mi sorpresa, una ventanilla está ligeramente bajada desprendiéndose de ella un hedor petulante, horroroso. Empieza a llover. Me agacho a la altura de la puerta y compruebo que está abierta. Agarro el pomo y lo llevo hasta mí, cayendo de súbito una bolsa del coche sobre mi cabeza. Me levanto espantado y caigo otra vez al suelo, observando la misteriosa figura en la bolsa. La inspecciono con dos patadas, pero no se mueve. Me acerco aún más, y veo una vieja y sucia cremallera gris en el tope del envase. Procuro asirla mientras me sujeto en el cuerpo plastificado mientras retiro el envase. Solo bajo unos pocos centímetros la cremallera de la enorme bolsa para percatarme de que es un cadáver. Sigo bajando la cremallera y veo sobresalir unos cabellos oscuros y sucios. Bajo más, pero finalmente cierro la bolsa tras ver un agujero entre las cejas de la cabeza del cuerpo.

Me dispongo a meter la bolsa otra vez en el coche cuando un intenso foco me acomete por la espalda y una voz me instiga a quedarme quieto. Asustado, coloco las manos sobre la cabeza y me doy la vuelta temeroso de que también haya una bala en mi cabeza. Me giro y veo a un policía sosteniendo una linterna enorme. Respiro tranquilo y cierro los ojos sabiendo que estoy en mejores manos. Me levanto pero, no obstante, el policía apunta minuciosamente a mi hombro. Intrigado de su actitud, noto que carga la pistola antes de que me eche a correr a través del callejón. El supuesto hombre de la ley dispara a la oscuridad y acierta una farola en la calle, quedando todo totalmente oscuro en la noche. Sigo corriendo sin pausa, levantándome tras tropezarme con los numerosos restos que se encuentran desperdigados en el suelo. Finalmente, llego a un bifurcación mientras que el pistolero me persigue dentro de su coche. No sé qué hacer. Ante la primera elección con la que me encuentro en años, no sé qué hacer. Solo veo lo mismo en ambas calles: nada, oscuridad. El coche se acerca por detrás. No tengo tiempo. En mi desesperación tomo el camino de la izquierda. Corro sin parar junto a los escaparates una vez más hasta que llego a un recoveco mal edificado en la pared, dentro del cual me oculto. Me siento en el suelo y respiro, dejo que pase el tiempo mientras oigo la sirena del coche policial pasar a distintas veces junto a mí. Sigue pasando el tiempo hasta que agotado y exhaustado, me duemo. Varias horas después, me despierto. No oigo la sirena policíaca. Salgo a la calle, iluminado por los faroles y me alegro cuando no veo a nadie ni nada en la carretera. Ya hace tiempo también que dejó de llover.
Relajado y por primera vez borracho de mi libertad, me propongo seguir el camino. Camino tranquilo y titiritando en la noche hasta que la calle termina, para mi sorpresa, con un extenso y firme muro. Confuso de su presencia, me planteo otra vez qué hacer, si vuelvo a dormir a mi acogedor recoveco o escalo el muro para salir de mi aterradora rutina y responder a mis incógnitas. Miro al muro sonriente, al mismo tiempo que mis piernas tiemblan de los nervios y río al ser consciente de hacer lo que quiero. Correr o subir. Huir o descubrir. Indeciso, por fin me decido y doy un paso atrás y corro hacia el muro para saltar y agarrarme a un ladrillo saliente. ¡Lo conseguí! Me sujeto con las dos manos y cuando subo extiendo una mano al final del muro. Ahora alargo la mano derecha e impulso todo el cuerpo para tumbarme sobre los ásperos ladrillos del muro. Miro al cielo y a las nubes, que empiezan a aclararse con el amanecer. Me agarro otra vez a los ladrillos y me dejo caer por el otro lado. Cuando caigo de pie en el suelo, miro a mi alrededor y, la felicidad que antes adornaba mi cara, torna ahora en amarga tristeza y rabia cuando me veo entre cuatro muros otra vez. Sigo ojeando y veo alambradas sobre los muros y personas vigilando los alrededores en altas torres. Todavía estaba ojeando cuando me fijo en una puerta al final del patio en el que me encuentro protegida por uotro hombre. Examino al hombre y le veo sujetar una porra que golpea entre sus manos. Miro más detalladamente y veo la cara del policía que hasta hace poco me persiguía por los oscuros y malolientes callejones. Conscientes ambos de la situación, me voy a una esquina y me siento a reflexionar. Me equivoqué cuando escogí el camino de la izquierda.

Por Sothen.