sábado, 28 de mayo de 2011

En busca del pasado

Sin duda alguna, el genero de la novela policiaca siempre ha tenido una gran aceptacion entre muchos tipos de publico, por la gran variedad de temas que esta puede llegar a tratar. De nuestro escritor y miembro de Whisky Hotel, Sothen, nos llega esta obra, directa, apasionante y misteriosa. 

I
Eran las ocho de la mañana. La ciudad pintaba oscura no sé si porque aún no había amanecido del todo o debido a la inmensa contaminación procedente de los coches que circulaban por la ciudad para llevar a sus conductores a su tediosa rutina. De uno de esos coches, salía un hombre vestido de gris a ritmo de jazz tras pagar al taxista el viaje que le procuró desde la estación de tren hasta su local en mente. Una vez sus caminos se hubiesen separado, el hombre de gris cruzó la acera todo recto hasta llegar a una cafetería oscura pero de buen corte. No obstante, durante su presencia en la calle, todo el mundo se fijó en él: era un tipo no bastante alto pero de buen tipo, cuyas prendas que vestía eran totalmente grises, a excepción de una corbata y zapatos negros. Simbolizaba perfectamente el espíritu de la ciudad y del momento: todo era horrosamente soso e incoloro a excepción de los asuntos más bajos de la sociedad que eran los que sacaban a sus habitantes de la rutina. Una vez el hombre hubiese entrado en el bar, se dirigió a la barra para sentarse y pedirle un café con whisky a la camarera. Mientras esperaba su desayuno, todo lo que veía en el antro era muy desolador, quizá en exceso: un viejo ventilador en el techo aireaba el local; el suelo, hecho de granito, estaba sucio y cubierto por varias mesas y una inmensa estantería llena de bebidas, cada una más espiritual a la anterior. El tipo estaba adormilado contemplando el lugar cuando la camarera le despertó colocando de mala manera su desayuno sobre la barra. Ésta tampoco era una joya precisamente, pues aparte de hacer gala de unos burdos modales, se notaba desde lejos que su trabajo le daba menos de comer que lo que servía. Ante esta pintoresca escena, lo único interesante que encontraba el misterioso hombre de gris era batir su café y emborracharse con el olor de éste.

Toda esta triste historia fue interrumpida cuando una mujer salió del baño tímidamente, como si hubiera mucha más gente de la que había -lo cual no era muy difícil- en el local en realidad. El hombre no apartó la mirada de ésta hasta que se sentó en una mesa cercana a la ventana. Mientras la joven y atractiva señorita abría su bolso y se disponía a sacar un cigarrillo de un paquete personalizado, hecho de cuero y un fino borde dorado, el hombre se sentó enfrente suya con su café. Trataba de que no se le cayera ni una gota a la mesa para no desagradar a la ya agria camarera del loca.
- Has llegado muy pronto; no te había visto.
- Nunca estás en casa y una acaba aburriéndose, por si no te habías dado cuenta.
- Ya sabes que lo siento, ¿pero qué quieres que le haga si cada día me mandan de un sitio para otro? Estoy todo el maldito día dando vueltas y paseando por la ciudad como si fuese un perro callejero, sin nada que hacer y, para una vez que hago algo que no sea detener a algún pirado por la calle que vende todo lo que gana, o ayudar a un tendero octogenario al que le han robado porque no es capaz siquiera de coger la pistola sin caerse al suelo por el peso, me encuentro en el lugar de un crimen junto a varios policías que me menosprecian y dicen con chulería ¡Ah! Eres tú. Cógeme esto del coche o Procura que nadie se acerque mientras inspeccionamos la escena. ¡Es humillante!.

El policía hablaba cada vez más alto para desahogarse en presencia de su mujer y de la camarera, que se encontraba sentada tras la barra escuchando la conversación mientras fumaba un cigarro y veía el ventilador en el techo dar vueltas y vueltas sin parar. Finalmente, el tipo de gris se echó hacia atrás con la silla tras haber pronunciado su interminable y exhausto discurso a su compañera. Ésta había encendido el susodicho cigarrillo mientras escuchaba a su marido, sin dejar de mirarle y prestar atención a cada palabra que salía de su boca. La verdad, el hombre podría estar quejándose durante años y siempre tener razón, pues todo lo que había y veía a su alrededor era bastante miserable; no solo el bar, la calle estaba vacía y llena de coches después de que hubiera empezado a llover; los vagabundos y desamparados se refugiaban bajo el puente de la autovía y por si fuera poco, la camarera seguía mirándolos con una desvergüenza más característica de un cuadro o una pared que de una persona.
- Bueno, ¿quieres un cigarro?
- Sí, gracias -le dijo mientras se inclinaba hacia la chica para besarla y coger el pitillo.
- No te preocupes por todo lo que me has dicho, ahora ibas precisamente a conocer al comisario del distrito, ¿no? Ya está todo planeado y además, tendrá algo para ti.
- Igual tienes razón -respondió el hombre con la cabeza gacha mientras miraba por la ventana -. Mejor me doy prisa, está empeorando y tampoco quiero seguir de este humor.- El hombre prendió fuego a su pitillo.- ¡Ah, bueno! ¿Y nuestras cosas?
- Tranquilo, ya me he encargado. Les he pedido a los de la estación que nos guarden las maletas hasta que vayamos a recogerlas.
- Pero si la estación está en el quinto pino y se tarda una eternidad luego salir de allí. Será mejor que vuelva y las recoja ahora.
- Si quieres puedo acompa...

La mujer se quedó callado al ver de repente entrar un hombre apurado en el bar y apagó el cigarro en un acto reflejo para poder ofrecerle ayuda. Sorprendentemente, apenas estaba mojado por la lluvia, y se abalanzó estrepitosamente sobre la camarera:
- ¡Socorro, socorro! Es urgente.
- ¡Tenga cuidado, que me ensucia el suelo!
- Por favor, es realmente importante, déjeme llamar a la policía.
- Yo soy policía, ¿cuál es el problema? -preguntó nuestro personaje al espontáneo mientras sostenía el cigarrillo entre sus labios.
- Menos mal; rápido, acompáñeme.
- ¡Eh eh eh!, tranquilícese. Respire y dígame con total serenidad qué es lo que tiene que contarme.
- Por favor, me gustaría que nadie nos escuchase-. El policía se quedó varios segundos con la mirada posada en el hombre, pensativo al pensar en qué hacer al respecto y también ligeramente ebrio por el potente whisky de su café. Mientras pensaba cómo no irse por las ramas y perder la situación, finalmente se quitó el pitillo de la boca y lo apagó en el cenicero de la mesa, tras lo cual le respondió:
- Vayamos al baño, le vendrá bien beber agua-. Acto seguido, susurró a su mujer cuando acompañaba al tipo.- Avísame si pasa algo fuera o aquí, espero no tardar mucho.
- Parece que al final tu vida no es tan insípida como parecía.

Dicho esto, las dos mujeres del bar se sentaron en sus respectivas sillas mientras el hombre misterioso entraba rápidamente en el baño y el tipo de gris cerraba con cuidado la puerta.

- ¿Quién crees que sería ese hombre?
- No lo sé, pero lo que sí está claro es que me ha dejado la barra hecha una porquería. Mucha policía y mucho socorro pero apenas se ha preocupado por los demás que estábamos aquí.
- ¿Qué crees que ha podido pasarle?
- Ni idea, así que espero que no vuelva cuando haya salido de aquí.
- ¿Y si está pasando algo fuera?
- Oye bonita, me parece muy bien que tu chico sea todo un hombre de la ley y que tú te preocupes por todo lo que le pasa a los demás, pero me importa un carajo si a ese tipo le han atracado o la ciudad entera está ardiendo.
- Comprendo.

- Dime una cosa: tú eres nueva por aquí, ¿no?
- Bueno, no exactamente.
- Hey chiquita, no te andes con rodeos.
- Vale, vale. Ya había estado aquí alguna vez, desde cuando era pequeña a hasta hace poco; tenía que acompañar algunas veces a mi marido y aún debo, pues le mandan a trabajar constantemente a ciudades distintas de en la que vivimos. Es bastante pesado estar viajando muchos días, y más sin él cuando me deja sola en ciudades nuevas, pero por otra parte me gusta viajar y …
- Vale vale vale, tranquila, que tampoco me interesa tu vida. En este antro tampoco pasa nada interesante a menudo, siempre vienen borrachos, o amargados, o algún que otro hombre como tu marido, que no sabe qué hacer y viene aquí a matar el tiempo o a beber algo, o sino a conocer a gente nueva, ¡quién sabe!
- ¡Oiga! Tranquilícese ahora usted, que se está yendo por todas partes.
- ¡No te enfades! Si esa no era mi intención. Me has caído bien, muchacha. No suelen venir por aquí muchos hombres divertidos o habladores, y mucho menos mujeres. Tan siquiera de rebote como tú, que acompañas a tu marido. Para una vez que entra alguien de las nuestras o que no se dedique a emborracharse, me apetecía decir algo que no fuera recitar la carta de memoria a un cliente u ofrecerle cualquier bebida menos agua del grifo.
- Tampoco es que esté el listón muy alto para divertirse, a nada que entre una mosca...
- ¡Ya está bien!, ¿no, niñita? Vale que admita que esto no es el bar más marchoso de la ciudad que, precisamente, no lo es, pero tampoco es para empezar a despotricar contra él, que ya llevo aquí aquí ¡15 años!, ¡para que te enteres!
- De acuerdo, de acuerdo. Un momento, ¿cuánto tiempo llevan esos dos en el baño? Deben de llevar por lo menos diez minutos; espero que no sea tan grave.
- No sé, hay mucho bicho raro por aquí suelto que simplemente quieren o bien llamar la atención o que otros les solucionen los problemas de los que ellos no son capaces de salir. Tu chico me trae bastante sin cuidado la verdad, no parece mal partido; en cambio no le he quitado el ojo a ese loco que ha entrado casi arrancando la puerta. No creo que le haya pasado nada bueno para entrar de esa forma, y mucho menos que esté planeando tan siquiera algo decente.
- ¡Ay! Y si está haciendo algo raro ahí dentro, ¿cómo puedo enterarme? ¡Oh no! Llevan mucho tiempo encerrados.
- No te alteres mujer. Bueno, la verdad es que no conozco a ninguno de los dos, pero tú sabrás si tu chico es lo bastante capaz como para desenvolverse sin que le pase nada o si en cambio necesita ayuda para hacer nada.
- Hombre, la verdad es que es bastante decidido, pero también es verdad que a veces necesita algo de ayuda cuando se encara con alguien sospechoso. No sabría si...
- Ya empezamos otra vez. ¡Que no me lo digas! ¡Piénsalo para ti y resuélvelo tú sola! No sé si necesitarás algo, pero en ese extremo de la barra tienes un teléfono por si necesitas llamar a alguien o a la policía. Ten cuidado, ¡no vayas a llamarle a él precisamente!
- ¡Cállese ya! No es momento para burlarse. Quizás sea mejor llamar a la policía para tratar esto.
- ¡Pero prueba a investigar antes qué pasa entre ellos! Anda que tú también, menos mal que es él y no eres tú la policía. Al menos tranquilízate e intenta respirar y pensar sin alterarte, que a nada que pase algo, un acto en falso puede ser letal, aunque no hemos oído ningún sonido extraño desde que entraron, ¿no?
- No sé no sé...
- Anda, mira por la cerradura mientras yo cojo el teléfono. Acércate y si ves u observas algo raro, avísame y llamo.
- Vale, usted dirá..., pero, ¡espere! Hable más bajo, creo que estoy oyendo algo.
- ¿Qué dicen? ¿Algo sospechoso?
- No, ¡son pasos! Creo que salen. ¡Rápido! Haga como si no hubiese pasado nada.
- Más te vale a ti también hacer eso.
- ¡Silencio!
*****
- Muy bien. ¿Qué demonios ha pasado y qué pasa contigo, eh amiguito?
- ¿Tú no eres ese policía nuevo que han mandado para suplir al que dispararon el otro día?
- ¿Y tú qué sabes quién soy o dejo de ser?
- Tranquilo chico. No creas que he provocado toda esta escenita por nada. Precisamente soy un mandado como tú; me han pedido que hablara exclusiva y confidencialmente contigo sin testigos.
Silencio. Eso es lo que se oyó en el cuarto de baño del bar después de que el tipo misterioso pronunciara estas últimas palabras que le había sacado el policía, a pesar de que parecía haberlas confesado voluntariamente. Cuando se cerró la puerta del aseo con las dos mujeres al otro lado, el hombre de la ley había sentado al tipo desconocido en el retrete mientras, al mismo tiempo, se había colocado de una forma muy intimidatoria cual poli malo se tratase para no perder una de las pocas situaciones que había tenido y dudosamente tendría a lo largo de su carrera. El policía se había acercado apoyándose en la pared de espaldas mirando de perfil al arrestado. El sujeto acusado en cuestión permanecía sentado con la cabeza agachada mientras posaba su mirada en blanco hacia el suelo y entrecruzaba sus manos sobre las piernas. Aquella pose serena del tipo desconcertaba a nuestro protagonista, que se sentía ganador y vencido al mismo tiempo, pues tenía al hace poco espontáneo en su poder aunque sentía que, claramente, el tipo desprendía un aura bastante asfixiante; se notaba que en lo referente a carácter y sangre fría él saldría vencedor. No obstante, al fin se enteró el poli bueno de que su amigo era en realidad un mandado del cuerpo de policía del distrito para comunicarle la misión a la cual había sido llamado.

Las turbulencias y falta de seguridad de las que los agentes se debían encargar en ese barrio de esta curiosa ciudad les habían propiciado tener que comunicarse mediante hombres y nombres en clave específicos sin tener que mostrase públicamente como tales al público. De este modo, nuestro protagonista se desilusionó al enterarse de que toda aquella trama policíaca tan bien escenificada y planeada consistía tan solo en hacer saber al forastero que debía reunirse con el jefe de la comisaría esa misma tarde para en la noche cumplir con su primer cometido. Una vez los dos se hubieran presentado y tranquilizado de lo que pudieran hacerse mutuamente, se dispusieron para salir del baño fingiendo otra escena, conscientes de que tendrían que explicarles todo a las dos mujeres al otro lado.

- ¿Qué ha pasado? ¿Está todo bien?
- Sí, tranquila, no ha sido para tanto. Debo encargarme de un asunto feo que ha surgido en un edificio: un hombre ha entrado para robar a los vecinos y ha disparado a dos testigos que estaban por allí. El tipo ha escapado y vamos a capturarle, parece sevir para algo más. Lo siento cariño, pero puede que no vuelva hasta mañana; ese tío es bastante pecaminoso y puede llevarnos a otros como él.
- ¿Y el individuo con el que has hablado?
- ¿No irá a salir impune después de todo lo que ha hecho, verdad?
- Relájese señora, esto no va con usted.
- ¿Pero ha pasado algo con el tipo?
- No -pronunció él mismo-, era solamente eso, señorita.

La pareja de nuestro hombre no se había percatado de que a éste le seguía precisamente el camuflado detective que antes había parecido tan sospechoso mas ahora pintaba tan inocente como cualquiera de los demás presentes en el bar. Así, mientras los tres pintorescos personajes salían del antro de la ciudad, la camarera no paraba de pensar sobre cuáles serían las metas en las vidas de esas personas a los que tan afablemente había cogido cariño pero que tan poco tenían que ver con un espíritu como el de su ciudad. El trío salió por la misma puerta que usaron para entrar y dejaron a la señora con la duda en su cabeza de qué demonios tenía que ver una ciudad como la suya en las vidas tan nuevas, tan llenas de acción de unos seres como ellos, y le gustaría saber también en qué habría influido el hecho de trasladarse a ese lugar que, sin duda, marcaría sus destinos y sus existencias durante el resto de sus vidas.
- Verán: como esta travesía puede resultar algo brusca y desconocida para alguien tal que usted, le recomiendo que dejen sus cosas y que la chica permanezca quieta y a buen recaudo en algún sitio seguro de la ciudad.
- ¿Cómo que quieta y a buen recaudo? Oiga, no seré detective profesional pero tampoco sirvo para no hacer nada.
- Ssh ssh ssh ssh, calmaos los dos. Tampoco estoy yo hoy como para echar humo.
- ¡Hay que ver cómo son ustedes y todos los forasteros! ¡Claro que no voy a dejarles por ahí a la deriva en un lugar nuevo! Me refería a acompañarles a un hotel cercano a esta calle para dejar su equipaje y, más tarde, descansar allí.
- ¿Y mientras tanto?
El hombre de la ley no se percató de que había lanzado una pregunta al aire, sin respuesta, hasta que su mujer saltó:
- No te preocupes, ya me encargaré yo. Y muchas gracias a usted, le seguiremos gustosamente hasta donde nos tenga que llevar.
Los exquisitos modales y dulces ojos de la doncella no habían pasado desapercibidos para el espía de la policía, quien caía atontado ante sus suaves peticiones bien formuladas y se ofreció a llevarles de guía en la ciudad hasta que llegaran al hotel. Éste era un sitio oculto para entrar pero estratégico para esconderse y salir, ya que el hecho de que estuviera atrapado en una callejuela a uno de los lados de la calzada, daba paso a una avenida mucho más grande adornada con una plaza en medio.
Mientras cruzaban las distintas calles y seguían al curioso espontáneo, la feliz pareja no hacía más que contemplar los distintos edificios, puentes, autovías y demás construcciones que no habían visto antes y tan poco tenían que ver con la ciudad de la que venían. Aún y todo, la mayoría de aquello que veían eran contrastes uns y otra vez: árboles y fuentes con baches y humo; música y niños con grúas y cementerios, vagabundos. En el transcurso de un larguísimo paso de cebra, los dos hombres se juntaron para charlar al estar la damisela tontamente distraída con todo lo que sucedía a su alrededor; ésta no era consciente de que los tres pasaban frente a la comisaría del distrito y a la que más tarde acudirían ambos policías. Una vez cruzaron enfrente de este edificio se colaron en un callejón lleno de coches aparcados en todas las direcciones pero que no tapaban la puerta de un garaje que pertenecía al hotel al que se dirigían en cuestión. Cuando vieron al botones en la puerta del mismo, éste se encontraba poniendo las distintas maletas que bajaba de un taxi en el carro del establecimiento para los clientes y subirlo directamente (debe resaltarse que este sirviente ya sabía a qué habitación dirigirse antes de que ninguno de los tres se hubiera presentado allí previamente). Al entrar en él, el policía de la comisaría se limitó a enseñarle su placa disimuladamente a la recepcionista, la cual captó el mensaje rápidamente y le comunicó de forma cortés que disponía de la habitación 212 de la 3ª planta. Mas, antes de que la pareja subiese las escaleras que llevaban al ascensor, los dos hombres salieron fuera a dialogar un momento mientras la mujer esperaba dentro hojeando alguna de las revistas que había sobre una mesa enfrente de recepción.
- He intentado preocuparme lo suficiente como para no llamar la atención, pero ya ves que no os falta de nada.
- No, la verdad es que no. Pero tampoco sé muy bien cómo pasar el tiempo sin salir del hotel; se nota a la legua que no soy de aquí y puedo llamar la atención por lo más mínimo. Además, Adela no está dispuesta a quedarse todo el día en la habitación precisamente ahora que está en una ciudad nueva, y como la suelte por ahí no se quedará quieta.
- ¡Ah amigo! ¡Problemas del amor! Yo ya no puedo encargarme de eso, aunque ten por seguro que lo haría- espetó con una sonrisa insinuante de oreja a oreja-.
- Ya, bueno, en ese caso intentaré apañármelas por mí mismo. Aún así, son solo las nueve y media, ¡de la mañana encima! Acabo de llegar, y tengo que esperar casi doce horas para trabajar o hacer lo que sea divertido. No voy a estar tomando cafés doce horas, ¿me entiendes?
- ¡Hey hey hey! Tranquilito, que tú eres un novato, un mandado, no te subas a las barbas tan rápido hombre, si puedes hacer más cosas de las que crees.
- ¿Como por ejemplo?
- Ya lo descubrirás por ti mismo -volvió a afirmar sospechosamente sonriente para nuestro protagonista-, y si no, ya te ayudará ella.
El forastero lanzó una mirada al cielo mientras una sonrisa inocente, casi infantil le invadía la cara. Siempre había tenido que hacer lo que le habían mandado los demás, pero ahora, aunque que fuese por un corto, quizás largo, o incluso infinito período de tiempo podía disfurtar de su autonomía y de su libertad.

- Me llamo Tom. Ya nos veremos luego en comisaría -pronunció después de estrecharle la mano a su ahora en adelante nuevo compañero-.
- Aurelio -respondió el espía-. Tengo interés en saber cómo irán las cosas a partir de ahora.
- No te intrigues demasiado; luego lo sabrás.
Bajo un cielo turquesa sin nubes, Aurelio seguía su camino vuelta al trabajo mientras Tom volvía a entrar en el hotel para disfrutar del día con Adela.

III
(El tiempo pasa, y pasa y pasa y pasa sin que Aurelio sepa qué hacer. Ahora se encuentra en la comisaría, como policía, víctima y testigo, cualidades originadas en y por un mal menor convertido ahora en mayor.
- ¡No puedo no puedo!;- resignado,- simplemente no puedo – refunfuña para sus adentros cuando, simplemente, no puede.)

Aurelio cruzó la calle del hotel que daba a la plaza antes de pasar por comisaría para descansar un poco. Se limitó a asomarse por una esquina en la que se encontraba una cafetería por la que pasó de largo y paseó largamente por la acera hasta que se sentó en un banco y apoyaba los brazos abarcando el mismo para contemplar la fuente bajo el delicioso cielo azul despejado. Aquél era un día tranquilo para disfrutar; se quitó el sombrero marrón que llevaba y lo posó a su lado, mirando ambos al frente para tratar de aprovechar al máximo la paz del momento. A pesar de que su trabajo no le suponía estar vivo al día siguiente, por primera vez, o sino dentro de una minoría selecta, Aurelio estaba orgulloso de su labor aunque conllevase un gran riesgo, al ser éste precisamente el gran aliciente de lo que pensaba; contemplar la fuente radiante en medio de la plaza adornada con llamativas flores bajo un cielo perfecto le hicieron sentirse conmovido y ''culpable'' de respirar ese ambiente de tranquilidad y paz en la ciudad que protegía con su vida. Además, no la protegía solo, pues junto a la de su nuevo compañero éste le había dado una alegría que, en ocasiones como esta, muchas veces suelen ser más bien trágicas o amargas.

No obstante, pensar en Tom le hizo recordar una, quizá la única vez que sintió algo parecido cerca de un compañero de trabajo: un, por aquel entonces, también novato llamado Max había sido nombrado en contra de su voluntad -como todo en esta vida- ayudante de ayudante de detective (el detective era el ahota jefe de la comisaría y el ayudante Aurelio). Si el trabajo de Aurelio en aquella época era más bien mediocre, el de Max podía llegar a resultarle incluso vergonzoso; aunque Aurelio saborease de vez en cuando la pólvora en una redada u oliese el olor del grafito para hacer de escriba de su jefe durante algún interrogatorio, la labor de Max era sencillamente prescindible: llevarle el lápiz y papel a Aurelio y preocuparse de que la pistola siempre estuviese descargada con las balas a un lado para que no fuese usada malintencionadamente mientras él no la usara. - Vacíar el cargador de una pistola y sacarle punta a un lápiz; ¿pero qué diablos hago aquí?- meditaba y se autoculpaba Max para sí mismo. Obviamente, habría sido totalmente punitivo tan siquiera cumplr con un cometido tan infantil como ése, por lo que Aurelio siempre se presentaba en óptimas condiciones para prestar servicio a la ciudad hace ya poco más de una década con respecto a entonces. La amistad surgida entre Aurelio y Max era bastante peculiar, pues si el primero tan solo se limitaba a acatar órdenes de su oficial, bien que se desahogaba dirigiendo a su primerizo amigo cual peón se tratase, quien no hacía más que lamentarse y angustiarse sobre el tiempo que aún le quedaría por estar allí.

IV
- ¿Está todo ya?
- Sí señor, aunque tenga cuidado con la pistola: esta mañana tenía y aún tiene el objetivo un poco desviado después de que el conserje le pegara un golpe accidentalmente. ¡Menos mal que estaba descargada!
- ¡¿Cómo que descargada ni leches?! Se supone que estás aquí precisamente para arreglar este tipo de desbarajustes y yo para evitarlos. ¿No pretenderás ahora que yo haga ambas cosas? A trabajar, que tengo que irme pronto a un caso importante.
- Ahora está.
- (Maldito novato, fastidiarla precisamente un día como hoy...; ¡joder, ya ha entrado!) ¡Señor!
- Aurelio, ¿estás ahí? Más te vale que estés preparado, porque nos vamos ya.
- Mierda. ¡Tú, chaval! ¿Está ya?
- Un momento, jefe.
- Ni momento ni nada, ¡ya!
- ¿Aurelio?
- Mierda muchacho, ¿no le oyes? ¿A qué esperas?
- Ya voy, ya voy. Aquí la tiene.
- Bien.
- ¡¡Aurelio!!
- Señor, aquí estoy, jefe.
- Anda que la próxima vez podrías apurarte más. Preparaos, tú y tu pistola: tenemos que ir ahora al bar tan famoso de la esquina. Ahora en la noche es cuando resulta más fácil traficar hasta con aire y nos ha llegado un soplo de que varios de nuestros hombre están sucios, manchados, así que coge también una linterna de ésas si no quieres iluminarte a base de disparar al cielo.
- Aquí la tiene, jefe.
- ¿Vamos nosotros dos solos, señor?
- Idiota, eso lo sabrás en cuanto estemos allí. (¿Cómo se te ocurre hablar del asunto tan alto?)
- Disculpe, jefe. (Ese chaval me ha puesto de los nervios hace poco.)
- ¡No susurres como una vieja y critiques al pobre chico!, que no tiene la culpa de nada. Vamos.
- Bueno, nos veremos mañana, jefe.
- Si sobrevivimos...

Aurelio salió del despacho de David detrás de él mientras observaba cómo Max cerraba la puerta y lo cerraba con llave hasta que volvieran del tan oscuro asunto. El detective y su ayudante no tuvieron que andar mucho desde la comisaría: cruzaron la calle en la que ésta se encontraba a lo largo pasando así de una manzana a otra hasta que se pararon en la segunda. Una vez en ésta, ambos contemplaron un bar iluminado en la fachada y por dentro, luces que también alumbraban la calle y les permitían ver lo que sucedía en interiores: mucha gente sentada tranquilamente sin montar alboroto alrededor de varias mesas redondas enfrente a una persona, posiblemente un cómico, perfeccionaba la velada. El detective David parecía bastante mosqueado cuando su ayudante parecía disfrutar como cualquiera de los que se encontraba dentro. No obstante, los dos doblaron la esquina y se metieron por un callejón bastante oscuro el cual fue iluminado gracias a las linternas de los policías. Se adentraron a gachas en él y consiguieron apuntar con sus pistolas de luz a una puerta pequeña hecha de madera vieja al fondo de la callejuela. Sin embargo, desconcertados ambos, vieron a un policía de su propio departamento que salía de un recoveco y se acercaba a otro policía también conocido que se encontraba vigilando la susodicha puerta. Antes de que fueran vistos, los dos se ocultaron en sendos escondites: Aurelio bajo un contenedor y David corrió sigilosamente a guarnecerse en otro recoveco de la tan descuidada calle.
- Ten mucho cuidado, no les apuntes ni hagas nada raro todavía- le susurró David a Aurelio desde su puesto.
A pesar de ello, los inflitrados no pudieron evitar ver cómo un sombrero, aparentemente inmóvil, se meneaba sospechosamente sobre una de las bolsas de basura que sobresalía de uno de los contenedores. Los guardias sacaron sus pistolas mientras Aurelio, asustado por el caso error cometido, también se apresuraba a cargar su pistola cuando las órdenes de David le interrumpieron una vez más:
- Caramba, estarás contento chico. Espero que esto funcione, pero por si acaso quédate allí con la pistola cargada y no te muevas hasta que te lo ordene.
Ipso facto, David apareció en la calle con una pistola en la mano apuntando hacia el guardia que antes vigilaba la entrada.
- ¿Quién anda ahí? No puede ser, ¿Rodríguez?
- ¿Me habla usted, señor?
- No cabe duda, eres tú Rodríguez. Y seguro que el gordinflón de Belasco está contigo.

El arriesgado intento de David había resultado, pues consiguió poner en un aprieto a sus dos subordinados conocidos de siempre y que no podían rebelarse contra su superior.
- ¿Qué haceis aquí?
- Tan solo tomar un descanso, señor.
- Ya, y quieres que me lo crea, ¿no?
No cabía la menor duda. El detective había desenmascarado a los dos polis corruptos mientras se disponía a abrir la puerta del local. Pero, cuando estaba a punto de entrar, Belasco -el policía que salió del recoveco para encontrarse con Rodríguez- sacó su pistola y apuntó a David en la nuca, quien, inconsciente de lo que sucedía detrás suya, se dio la vuelta cuando Aurelio salió de entre los contenedores y gritó:
- ¡Cuidado jefe! ¡Detrás suya!
Belasco acertó en el cuello a David, girado tras el aviso que, súbitamente, chocó con la pared y cayó al suelo. Por su parte, Aurelio disparó varias veces a Belasco. Éste, tras caer al suelo, cedió el testigo de blanco a Rodríguez. Aurelio también se disponía a acribillar al segundo chivato pero, cuando iba a disparar, su mirada asesina se desvaneció y fue testigo de cómo, gatillazo tras gatillazo, su pistola estaba sin munición. Cada vez le costaba más tragar saliva y sudaba más rápido y pesado, mientras Rodríguez respiró aliviado y disparó a Aurelio quien, instantáneamente, se derrumbó y quedó inconsciente en medio del callejón frente a la puerta.

V
Un taxi se paró enfrente de la fuente que contemplaba tan pacíficamente Aurelio en la enorme plazaola. El vehículo se había detenido expresamente a petición suya ya que, faltando aún mucho tiempo hasta que tuviese que lidiar con su nuevo compañero de trabajo, todavía tenía un rato del que disfrutar. El agente de policía corrió hasta el taxi para evitar ser atropellado por otro precisamente.
- Buenos días.
- Hola, buenos días. ¿Adónde le llevo?
- Al bar Nerón.
Aurelio tomó asiento mientras observaba la ciudad vivir a su paso. La gente paseaba felizmente y el sol les iluminaba en un día como pocos se veían. También se percató de que el taxista esbozaba una sonrisa en la boca, poco común entre sus compañeros de trabajo, dada la mala reputación y fama de seres indeseables de la que gozan.
- Hoy hace un buen día, ¿eh? -preguntó Aurelio para dar pie a una conversación decente.
- Sí señor, ya lo creo que sí. Pocas veces se ve el horizonte tan despejado y un cielo tan bonito en una ciudad como en la que vivimos.
- Noto en su voz cierto tono nostálgico, ¿puede ser?
- ¿Qué encuentra usted de nostálgico en lo que le acabo de decir?
- Bueno, por tal y cómo lo ha contado deduzco que no es la primera vez que ha podido disfrutar de un día como hoy.
- Pues sí, ¿y eso le ha dado pie a iniciar un interrogatorio sobre lo que siento y dejo de sentir? - rechistó el taxista, haciendo alarde de la tan afamada actitud de insociables de la que los de su gremio tenían el dudoso honor de presumir.
- Tranquilo hombre, solo decía que yo tampoco he visto muchos días como éste en mi vida.
- Por supuesto que no, ¡si usted es un jovenzuelo! Precisamente lo que odio de los mozos como usted es que se las dan de sabios cuando han vivido y visto menos de la mitad de cosas que uno de mi edad.
- No se ponga así, además no le veo tan mayor como usted se pinta -dijo inocentemente el policía para recobrar el tono amistoso de la conversación que habían mantenido al principio de la misma.
- No me haga ahora la pelota con tal de salir del asunto.
Tras esto, el taxista se tranquilizó y se ablandó un poco tras el piropo que le había echado pero que ocultó para no mostrarse menos duro de lo que en realidad pretendía aparentar.

Todo parecía salir bien, cuando, en medio de este placer, el taxí frenó bruscamente y Aurelio chocó contra el cabezal del conductor.
- ¿Qué sucede? -, espetó el agente indignado tras chocarse.
- No quisiera alarmarle señor, pero parece que un ido de la cabeza ha tomado un rehén y se ha puesto en medio de la carretera.
- Joder.
- (Eso también pienso yo.)
En efecto, un cruce de las cuatro carreteras principales de la avenida se fusionaban en un punto cuadrado en el que se hallaba un cadáver a los pies de un hombre que asía una pistola apuntando a una señora cuya boca era tapada por la mano libre del criminal.
- Deje, me bajo aquí. Tome-, sacó un par de billetes de su cartera- y quédese con el cambio.
Aurelio se bajó del taxi y caminó con paso firme y en línea recta por la acera hasta que se situó enfrente del hombre junto a la multitud.
- ¡Pero qué es esto! ¿No va nadie a llamar a la policía?
- No, que igual lo estropean
- ¡Socorro, socorro, que alguien haga algo!
Tras este alarido en busca de ayuda, el secuestrador golpeó a la mujer con la pistola en la cabeza a lo cual la gente aún se alarmaba más.
- Cállese todo el mundo. No he matado a este hombre en vano: exijo que el banco me pague, ¡no!, que el alcalde en persona me pague un seguro de 40.000$ para sanear una intervención a mi hermano cojo que Sanidad no quiere pagar por haber gente más necesitada de este trato. Como me pongan el más mínimo de los reparos, o siquiera se atrevan a ponerme límites, que no les quepan duda de que mataré a esta mujer a sangre fría y lo haré otra vez hasta que le paguen el dinero a mi hermano. ¡Soy yo ahora el que pone las condiciones, no esas sanguijuelas de la policía!

Nuestro héroe se dignó en hacerse un hueco de entre los viandantes para salir al encuentro del psicópata.
- Vaya vaya vaya, he pescado una sanguijuela.
Aurelio sacó su pistola sin que el criminal se percatase:
- Suéltala-, orden a la que el hombre volvió a la situación.
- ¿Qué haces amigo? No sé si eres consciente de que puedo matar a esta mujer.
- ¿Ves que tiemble?
El público se enmudeció mientras que el enemigo del agente, consciente de que se encargaba de él un hueso duro de roer, intentó amenazarle a su manera. Para ello, disparó a las ruedas de todos los coches que se habían parado enfrente suya excepto el de la rehén que había tomado cuando, ante la sorpresa y expectación de todos, Aurelio seguía apuntando al hombre, escudriñando cada vez más los posibles puntos en los que disparar sin acertar a la mujer en el intento. Todos estaban confusos.
- ¿Pero qué le pasa a este madero?
- ¿Acaso se ha vuelto sordo y ciego?
- ¡Eh!, ¡machote! ¿No te atreves a dispararme?
- ¿No te has dado cuenta de que te has quedado sin balas?
Ante la deducción del policía, el peligroso individuo se quedó mirando pensativo a Aurelio mientras la rehén había perdido el habla de tanta tensión acumulada. A continuación, el psicópata volvió a sonreír de manera exagerada y enferma y disparó a la rehén, que causó la histeria de todo el público allí presente. Soltó su pistola y salió corriendo mientras era perseguido por el hombre de la ley, quien le disparaba a la carrera sin poder acertarle cuando el asesino se montó en el antes nombrado vehículo de las víctimas. Mierda, mierda y mierda pensó Aurelio quien, angustiado y consciente de cómo se escapaba su presa, no tuvo más remedio que parar a otro transporte que circulaba y bajar forzosamente al conductor para comenzar la persecución.
- Comisaría federal. Lo siento señor, pero necesito el coche.
- ¡Oiga!, ¿pero qué hace?
- Ya se lo he dicho, señor. Soy miembro del cuerpo policial de la ciudad. O me deja el coche o habrá contribuido a la fuga de ese criminal.
- ¿Pero por qué el mío?- Esta inocente pregunta lanzada por el civil, a quien Aurelio había pillado de improviso para perseguir al culpable, no hizo más que ponerle a éste aún más nervioso de lo que podía ser y hacerle alcanzar una actitud no vista en él en casi todos sus años de trabajo. Así pues, Aurelio tomó al hombre por los brazos, lo sacó del coche y empujándolo contra éste, le ordenó de forma escalofríante y pausada:
- Déjeme, el, coche.

Cuando el policía asustó a los allí presentes, tiró al hombre al suelo y se montó en el coche. Lo arrancó y no tardó mucho en ponerse rápidamente tras el fugitivo, quien maniobraba de forma muy temeraria con tal de perder al policía. Sin embargo, éste había conseguido sacar al agente de la ciudad y llevarlo por la autovía aún sin acabar. Cuando el asesino se precipitaba al vacío al final de la carretera, frenó en el momento adecuado y dio marcha atrás intentando buscar una ruta alternativa. Aurelio por su parte sabía que el fugitivo no iba a ir muy lejos con la carretera cortada, por lo que disminuyó el ritmo a propósito con tal de acorralarle en el final. Sin embargo, ante su sorpresa, vio cómo un coche se acercaba en dirección contraria a una velocidad de vértigo. El policía, en estado de shock al ver cómo se acercaba el vehículo, se recobró rápidamente e intentó girar, cuando fue embestido por el bólido. En el momento del choque, el fugitivo salió despedido mientras Aurelio rebotó en su cabina. No obstante, momentos después una ambulancia asistió para recoger al policía herido, al cadáver arrollado por los demás coches y atender a los heridos provocados tras la múltiple colisión de los diversos vehículos que circulaban en ese momento y chocaron contra los dos del siniestro.

VI
Tom entró en el hotel y subió las escaleras rápidamente en vez de subir por el ascensor que habían usado Adela y el botones. Tras conocer a su nuevo compañero Aurelio, su mujer ya se había instalado mientras los dos hombres charlaban precisamente de ella. A medida que las subía se percató de que, a excepción de la primera planta en la que se encontraba el salón de desayunos, todas los pisos eran iguales y perfectamente asimétricos: la escaleras se encontraban junto al ascensor y frente a unos sillones y una mesilla en una salita que unía todos los pasillos de las habitaciones. De este modo, Tom alguna vez tuvo que bajar las escaleras para asegurarse de que no había pasado de piso debido a, como hemos dicho, la similitud entre todos. Recordaba vagamente que ese curioso tipo, Aurelio creía recordar, le dijo a la recepcionista que tenía una habitación reservada en la 3ª planta, pero no la habitación. 2..., doscientos ¿trece?, reflexionó sobre en qué habitación estaría Adela. Al final, se paró en la tercera planta a investigar sobre las posibles alternativas, dirigiéndose primero a la 213. Cuando llegó al cuarto en cuestión, tan solo vio un montón de maletas desordenadas y abiertas en el suelo frente a una puerta abierta. Tom se agachó precautivamente y avanzó hasta la puerta cuando vio cómo se le acercaba una sombra desde dentro. Impotente, intentó encogerse aún más dentro de la esquina del pasillo mientras se tapaba con una maleta. Cada vez se oían más secos y potentes los pasos hasta que vio que se trataba de otro botones. El sirviente no pudo evitar no desviar su mirada de un hombre agachado en una esquina ocultándose detrás de un bolso como si fuera un niño pequeño. Tras varios segundos de silencio, reaccionaron:
- ¿Necesita algo, señor?
- No, no, gracias – decía mientras se reajustaba.- ¿La habitación de mi mujer?
- Ehhh...
Consciente Tom de que había hecho una pregunta que muy difícilmente le podía responder ese botones en concreto, cambió el planteamiento.
- Perdone, pero ¿ha visto a una mujer con una gabardina roja?
- ¿Con gabardina roja?
- Sí.
- ¿Y llevaba una maleta negra?
- Sí.
- ¿No sería castaña por casualidad?
- ¡Sí!, ¿dónde la has visto?
- No la he visto, señor, pero un hombre bastante curioso me había mandado subir una maleta negra a una señora castaña con gabardina roja en la habitación 212.

Después de que Tom se quedara confuso después de precisamente una conversación tan curiosa, decidió ignorar al mozo e ir a la habitación, que estaba detrás suya. Pegó dos toques a la puerta, esperando a que le abrieran. Varios segundos después, volvió a llamar. Viendo que no le abrían, empezó a preocuparse y a dar golpes más fuertes mientras gritaba ¡Adela! Finalmente, ésta apareció más preocupada que Tom.
- ¿Qué pasa?
- ¿Cómo que qué pasa? ¿Por qué no abrías?
- Lo siento, pero estaba en el baño.
- Ya bueno, siempre estás en el baño...
- Y dónde quieres que esté?
- Sí, sí, déjalo, da igual. -Tras esto cambió de humor bruscamente-. ¿Y qué? ¿Te gusta el hotel?
- Hombre, un poco pasmados los encargados ya son.
- Bah, ignóralos. Mientras trabajen y encima con lo poco que vamos a estar.
- ¿Poco? ¿Cómo que poco? ¡Si íbamos a estar, dijiste, varios meses!
- Vale, ¿y qué quieres que le haga?
- Querer mucho, ahora, tampoco soy tonta. Quiero estar al menos un poco de tiempo contigo, ¡pero estamos todos los meses viajando a sitios distintos! - Aquí Tom recuperó el tono malhumorado tan característico suyo al responderle-.
- ¿Acaso crees que tengo yo la culpa? ¿Acaso crees que si no pudiera, no me quedaría siempre contigo en vez de arrastrarme como un perro pulgoso porque no pasa nada nunca en ningún sitio? ¡Ah!, ¡con lo feliz que podía ser ahora trabajando en la tienda de mi tío, pero en su lugar me hice policía, porque escuché a mi padre y no a su hermano! ¿Por eso crees que estoy siempre viajando?

Esta dura conversación había hecho sufrir más de lo que parecía a Adela que, aunque cariñosa y comprensiva, no era la primera vez que escuchaba sobre las turbias relaciones familiares en la familia de Tom. Tras esto, los dos se callaron, hablando cada uno para sus adentros: Tom, regañándose; Adela, regañándose porque Tom se regañaba, y este era más o menos el hilo que seguían todas las discusiones que tenían. Para entonces se habían adentrado más en el cuarto, cuando ella quería abrazar a Tom para aliviarle de sus penas. No obstante, él no hizo más que coger una chaqueta recién sacada de una maleta y coger un paquete de tabaco mientras salía del cuarto ignorando a su amada. Salió del cuarto, de la planta, del edificio... No se dignó siquiera en saludar a los recepcionistas, quienes se extrañaron de su comportamiento. Todo pintaba muy desolador para la pareja, pues en este tipo de situaciones Adela no hacía más que sentarse y mirar a través de una ventana para despejar su cabeza y aclarar las ideas, o arreglando la habitación o buscando cualquier pretexto para atormentarse. En cambio, Tom era un hombre inestable, bastante expresivo y práctico, quizá en exceso, lo cual le acarreó un problema más de una vez; no era capaz de controlarse a sí mismo a diferencia de su querida Adela (dicen que los polos opuestos se atraen), dejando fluir siempre sus sentimientos tanto en el ambiente como en su cara, asustase o paralizara a quien tuviese enfrente, por ello era muy propenso a pasear para desahogarse.

Al salir del hotel, nuestro hombre cruzó la calle hasta torcer en una esquina donde había un café. El mismo esquema de siempre: café, pitillo y whisky en las peores situaciones. Él mismo odiaba esta rutina, pero debía hacerlo porque solo así podía mostrarse como todos los demás querían verle. De vez en cuando leía el periódico, en concreto el apartado de sucesos pensando siempre Yo podía haber estado allí o Nunca me llaman para esto. Cuando el periódico acababa por sacarle de sus casillas, siempre se iba afuera y paseaba para ayudar a quien lo necesitase. Todavía recordaba cuando le ficharon como un novato sin datos anteriores a su registro, vigilando desde el tráfico a aquellos ancianos indefensos que se torcían el tobillo en medio de la calle y debía acompañarlos al hospital en una ambulancia; daba vergüenza, y risa, quizás las dos cosas a la vez pero no dejaba indiferente a nadie como el típico muchacho dispuesto y servicial. En uno de estos recuerdos llegó hasta a una plaza en la que se sentó en un banco junto a un señor mayor, quien se apoyaba más en su bastón que en el propio banco. Tras dejarle sitio, se inspeccionaron de arriba a abajo y comenzaron:
- ¿Es usted policía?
- ¿Pues?
- Tengo algo que contarle-, el señor le hizo un gesto con el dedo indicándole que se acercara-.
- ¿Qué es?
- Usted ya lo sabrá, pero he oido por ahí que los asesinatos que ocurrieron la semana pasada a personas mayores, eran todos planeados. ¡Es una conspiración!
Tom trataba de disimular con una sonrisa la soltura y desfachatez con la que ese anciano le contaba tal disparate. Asustado de encima revelarle que era novato, se hizo el espabilado.
- ¿Qué le hace pensar eso?
- Por favor, si todo el mundo lo dice y no hace falta ser un genio para verlo: se dice que hay un psicópata, un desquiciado pululando por allí que en su tiempo libre limpia la sociedad, desde pobres ancianos como yo hasta a indefensos vagabundos. Y aparte de todo esto les roba. El Señor me salve de un tarado como ése.
- Así espero, así espero buen hombre.

Un poco desolado por una conversación tan seca y dura, Tom se levantó y se dirigió a un quiosco a curiosear los distintos semanales. El quiosquero, que siempre tenía una radio a su lado mientras esperaba a los clientes, no quitaba el ojo al detective sospechando que se tratase de un vulgar ladrón.
- ¡Dese prisa!
- Ya voy.
Tom cogió la primera revista que encontró y se la entregó al hombre del quiosco quien, con la radio pegada a la oreja, ignoró a Tom mientras escuchaba atentamente al trasto.
- Últimas noticias. Un hombre ha fallecido esta mañana en una persecución policial acaecida en la autovía tras darse a la fuga e intentar esquivar a las autoridades. El individuo, que había asesinado a dos personas, había mantenido una tensa situación con un policía quien tras perseguirle, resultó herido junto con una docena de conductores que circulaban en sus cercanías. Todos los detalles y mucho más...
- ¡Bah, el carajo! Estos policías de pacotilla siempre montando más bulla que otra cosa. Si encima lo he visto yo.
- ¿En serio?
- Bueno, la persecución no, pero no hace mucho, en ese cruce de allí en medio, ese loco había tomado una mujer como rehén y le apuntaba a la cabeza con su pistola a cambio de un rescate, hasta que llegó un poli y lo echó todo a perder.
- ¿Qué hizo?
- Llegó, se le puso enfrente y, tras cogerlo por las pelotas, lo soltó y se le escapó.

A nuestro protagonista, un poco contrariado y decepcionado por la labor de la policía, le iluminó un momento de serenidad y decidió volver al hotel para disculparse con Adela. De hecho, estaba más emocionado que nunca; a medida que caminaba, cada vez iba más rápido, hasta que empezó a correr ante la mirada de la gente que le confundió con un policía en servicio persiguiendo a alguien. A pesar de este bochorno, al entrar en el hotel saludó a los recepcionistas y subió por las escaleras lo más rápido que pudo. Cruzó el pasillo, llamó a la puerta y le abrió Adela, a quien con toda la felicidad del mundo besó mientras la agarraba de y con los brazos, quien sorprendida de tan alocado acto, le dijo:
- Acaban de llamar, es de la comisaría.
- ¡Déjales!, ¡pueden esperar!
- A mí me parece bastante importante; dicen que es urgente.
Tom, vencido otra vez se resignó a coger el teléfono cuando la voz al otro ladó le anunció:
- ¿Dígame?
- ¿Es usted el policía que acaba de llegar del campo esta mañana?-, comentario mordaz que le supo como la peor de las burlas.
- ¿Sí, qué problema tienen?-, atajó de forma brusca.
- Acuda a comisaría ipso facto, su superior está herido y requiere de su atención y ayuda.
- ¿Aurelio? ¿Qué le ha ocurrido a Aurelio?, ¡dígame!
- … … …
Demasiado tarde había reaccionado Tom, quien, otra vez impotente y marcade de forma violenta, se despidió de su querida compañera y fue a la comisaría.

VII
Tom parecía enfadado a los ojos de Aurelio cuando le vio entrar en la comisaría; estaba con un brazo en un cabestrillo y una fea marca en la frente. El incidente del coche no era el primero que sufría Aurelio durante su carrera aunque, no obstante, ya no se veía tan joven como para cometer tales barbaridades para un hombre como él. No estaba viejo, pero evidentemente se notaba la diferencia de edad entre Tom y él, cercana a unos diez años, que se acrecentaba mucho a medida que pasaba el tiempo, tanto en lo físico como en el carácter. Le preguntaban si podía correr y contestaba que sí; le preguntaban si podía saltar y respondía que sí, pero no se lo podía permitir. Además, Aurelio ya se distanciaba mucho del joven que fue, pues se le notaba más sereno, precavido, quizás irónico pero también como petrificado, insensible, parecía que no le importaba lo más mínimo que una mujer pudiera ser asesinada o liberada. Todo lo contrario era Tom, quien ya se había ganado el status entre sus compañeros de cabezón y fácilmente irritable y era capaz de cualquier cosa con tal de ayudar a quien más o menos lo necesitase; echaba una mano y siempre trataba por igual al tendero que había sido asaltado y al forastero que se perdía nada más mirar el mapa.
- Conque...has venido -empezó vacilón Aurelio-.
- ¡Si me has llamado para eso!
- Bueno, bueno, no te enfades.
- No estoy enfadado.
- Claro, ya veo. Al menos, apíadate de este pobre herido.
- Si estás fingiendo, hombre.
- Lo único que puedo fingir es que estoy bien. Ha venido una enfemera y me ha metido el brazo en este cacharro; además, dice que será para varias semanas.
- ¿Y lo de la frente?
- Bah, eso es de hace tiempo ya -Aurelio acompañaba casi todos los comentarios con un tono tranquilo y casi suspirando-. No sé si sabes, pero ser un policía toda tu vida no es sinónimo de vivir mucho; todos los días tienes que estar tan fresco como el primero, y eso acaba por pasarte factura. ¡Mírame!, apenas tengo cuarenta tacos y respiro como un moribundo Tom, cada respiro me sabe a gloria. Tú no sabes lo que es acumular toda la tensión que conlleva hacer lo que yo hago día y noche, cuando como y ceno. De hecho ya no puedo más, al tumbarme en un sillón es como si me empezara a dormir, y lo peor de todo es que no puedo controlarlo Tom, ni a esto ni a aquello, ni a mí mismo siquiera.

El desesperanzador discurso de Aurelio había hecho mella en su compañero, quien, con cada palabra del recital cambiaba la expresión de su cara según le escuchaba. Le había hecho que comprender que no solo la vida era dura, cosa que sabía, sino que todo acaba por acabarse algún día y Aurelio estaba agotando ese permiso antes de tiempo. Para meditar todo lo que había oído e intentar radiar algo de simpatía se sentó al lado del detective en la primera silla que vio. Los dos eran un espejo el uno del otro: Aurelio sonreía y Tom sonreía; Tom pensaba y Aurelio pensaba lo que cree Tom podía estar pensando. No obstante, ambos volvieron a romper el silencio:
- ¡Se ha ido ya la plasta de la babosa esa?
- ¿La enfermera?
- Sí, ¿sigue ahí?
- Sí, está cortando un trozo de algodón. ¿Es grave la herida de la frente?
- Eso no es una herida, o al menos no lo es ahora. Me pasó mucho antes de conocerte, cuando llevaba un par de años en el cuerpo. Trabajaba con un buen chico, Max; era un peón. El muy infeliz siempre cumplía conn todo lo que le decía, incluso aunque fuera para limpiarme las botas, pero lo hacía como el que mejor del mundo. Por aquel entonces servía a un tipo duro, David, más o menos como tú y yo ahora. Lástima que muriese en una redada; le dispararon y acto seguido hicieron lo propio conmigo. No puedo recordarlo, pero por lo que me dijeron, me caí con toda la cabeza en el suelo y tuvieron que ponerme puntos; ¡a la enfermera le entraban náuseas al ver cómo la sangre me salía a borbotones!
- ¿Y el disparo?
- ¿El qué?
- El disparo, con el que tiraron al suelo. ¿Dónde está?
- ¡Ah!, ¿de verdad lo quieres ver?
Tras esto Aurelio se levanto con el brazo que tenía libre la camisa y a Tom se le paralizó la cara cuando vio la cicatriz: era una cruz de puntos que le abarcaba el ombligo y parte del estómago, cerca de la entrepierna.
- Por poco me sacan las tripas. Los médicos me dijeron que fue un milagro que no se me infectara nada, pero aquí estoy.
- Vaya suerte la tuya, ¿y ese tipo del que me has hablado'
- Murió.
- No, te decía el chico que te ayudaba, Max el que...
- Murió te he dicho.
- De un brote de coléra; o fulminó. Tranquilo, no fue por nada del trabajo. Tenía su gracia que ese chavalillo incapaz de matar a una mosca le derrotase una enfermedad con ese nombre.


Decididamente, Tom se levantó de la silla y fue directamente al baño mientras Aurelio sonreía y se aguantaba la risa por todo lo que estaba sufriendo su amigo. Tom escupió varias veces y le entraron arcadas que ocultaba lavándose la cara. Había visto las heridas del diablo en el cuerpo de su amigo y sentía que tarde o temprano a él le pasaría algo parecido. Tras esto salió del baño con la cara destrozada y hecho polvo emocionalmente después de esa ''disputa'' con el detective.
- ¿Te has aclarado ya, amigo?
- Sí, más o menos.
- Si quieres, puedes volverte y descansar por hoy, Lleva a tu chica a comer por ahí y ve a hacer cosas con tu novia, que para algo tienes, que mañana lo echarás en falta -acto seguido entró la enfermera con una bandeja llena de utensilios que hicieron temblar ahora a Aurelio-.
- ¿Preparado para limpiar el brazo?
- Joder, ¿tienes que hacerlo ahora? En fin, da lo mismo. Lo dicho, disfruta con tu chica que mañana te quiero aquí a primera hora. ¡Bienvenido a la ciudad, muchacho!

Tom salió velozmente de comisaría respirando a bocanadas para olvidar toda la masacre que había visto en aquel cuerpo. ¡Tenía un brazo roto, y seguía vigilando como si nada! Definitivamente, lo que sucedía en aquel lugar nada tenía que ver con la apacible vida que llevaba en su localidad natal, tan tranquila y vacía de violencia. Se dirigió al hotel con paso firme y, sin saludar otra vez a nadie ni a nada, subió las escaleras y entró en la habitación. Ante la mirada de Adela, abrió un botellín de whisky que había en un mueble-bar y se sirvió una copa. Con ella en la mano, se quitó la chaqueta y tumbó en la cama tras caer de espaldas para encontrar la paz y tranquilidad que tan fácil había encontrado en la calle antes de ir a por Aurelio.
- ¿Te pasa algo? -le preguntó Adela suavemente mientras se acercaba a él-.
- No, nada gracias. Déjame descansar un poco, luego salimos.
- Ni que hayas visto a un muerto.
Casi; había visto más bien un muerto viviente que parecía haber hecho un pacto con el diablo a cambio de que éste se mostrara al mundo con esa forma.
- Por favor, déjame descansar hoy; me han pasado muchas cosas.

Por Sothen.

No hay comentarios:

Publicar un comentario